sábado, septiembre 09, 2006

I

-Qué feos estamos, María. . .

Yo sé bien que si abro el album de fotos, el más viejo y más lindo que tenemos, esos que se podía comprar sin sentir que se tiraba el dinero, antes de que aparecieran los todo por dos pesos y vendieran albumes baratísimos y horribles, yo sé que si me pongo a hojear ese album de tapas de cuero teñido de azul oscuro, me voy a encontrar con esas fotos que te sacaste con el fotógrafo, antes de casarnos, la última vez que te probaste el vestido de novia. Yo sé lo que habrá sentido ese tipo cuando te sacaba esas fotos, porque es lo mismo que siento ahora cuando te veo con esa belleza pelirroja de veinticinco años que tenías; acaricio con el pulgar la foto en la que cada peca de tu cara tiene la nitidez que sólo un fotógrafo podía captar, me quedo mirándote las pestañas que eran como golosinas puestas en tus ojos, y siento eso mismo, ese cosquilleo debajo de mi estómago que ahora está blanco, gordo, que tiene pelos que sobresaltan como si fueran un insulto en un concierto, y siento, además, ese otro cosquilleo más íntimo, si se quiere, que me embriagaban la garganta y el pecho, cuando te veía, y que ahora también se me enrosca debajo de la lengua, me acaricia el cuello y hace que sienta como un oleaje de pudor, de grasa y de movimiento, de papada infame, y que me obliga a cerrar el album y no animarme, siquiera, a doblar unas páginas más y toparme con el cachetazo de ver las fotos que ese fotógrafo -o fue otro, lo mismo da-, nos sacó el día de la boda cuando estábamos a punto de cortar la torta, y se nos notaba en la cara la enorme alegría de sabernos la pareja perfecta que haría odiarnos y envidiarnos en los años posteriores, hasta que tanto vos como yo nos rendimos, y nos pusimos tan feos como estamos ahora, y dejaron de envidiarnos, olvidándose de nosotros.

Ella mira a través de las ventanas, y gracias a la oscuridad de la cortina puede usar los anteojos como si fueran un espejo; a varios metros de ella está su marido, mirándola, y descubre en su cara la misma expresión de sosegado asco que ella descubre en la propia, al comprobar que la arruga que baja de su nariz hacia una comisura de sus labios es una sola, como de quien frunce la cara y no le gustaría que nadie se diera cuenta.

-¿Por qué me décís eso? -le pregunta, arrepintiéndose de no haber preguntado primero el cómo, en vez del por qué-. ¿Cómo me decís eso?

-No tiene vuelta atrás, María -Le dice, apoyando aún más pesadamente la cabeza en una mano, las piernas abiertas, la camisa abierta. Ella no se da vuelta, lo sigue mirando como si fuera un fantasma, desdibujado entre los dibujos de la cortina, al fondo de sus anteojos-. Es como si. . .

-¿Ya no me querés?

-Sí que te quiero, pero quiero más a lo que éramos antes de. . .

Hace ya mucho tiempo que él descubrió que cuando dejaba una frase suspendida, como si no supiera continuarla, o hubiera cambiado de opinión, o tan sólo no encontrara la palabra o, lo que era aún más cierto, había comenzado a hablar sin saber qué iba a decir realmente, esa pausa que él hacía para buscar eso que debía estar en la punta de la lengua, y que lo hacía pararse más derecho y acercar el mentón al cuello, y lo hacía levantar la vista abriendo bastante los ojos, todo eso, ya no servía para que la mina que tuviera al lado aprovechara para mirarlo bien a la cara con la excusa de quien quiere comprender algo que aún no fue desvelado, y por eso mira toda la cara desde los ojos a los labios, y aprovecha esa excusa para mirar con descaro poco desenmascarable, que no baja la guardia. María aprovecha la pausa de su marido para volver la vista a lo que pasa del otro lado de la ventana, como si fuera cualquier mujer que tuvo que hablar con él y cualquier pausa es sólo eso, posar la mirada en lo primero que se cruza.

-Vos creés que no me daba cuenta -le dice; él la mira, aún con el mentón pegado al cuello-. Cuando vos ponías esa cara mis amigas se te quedaban mirando echas unas boludas. Te miraban como si quisieran comerte. Te quedabas callado así como ahora, y se morían por vos, y vos pensabas que yo no me daba cuenta de que lo hacías a propósito.

-Yo nunca te fui infiel.

-Vos también estás muy feo -le dice, porque sabe que ella no podría decirlo así, sin irse después de la casa y no volver a verlo más, por sincero y por cerdo, por no mentirle y por obligarla a ella a ser tan sincera y tan desapasionadamente cerda como él.

-Yo sé que estoy muy feo. Los dos estamos feos, María. No aguanto más. . .

7 Comments:

Blogger Alabama Worley said...

Me gustó, me gustó, muy lindo. Pero antes de proseguir debemos postear la historia anterior completa y elegirle un nombre, ud que dice? cómo la llamamos?

7:54 p. m.  
Blogger Fer Nando said...

Ah, ok. Pensé que había terminado. I'm sory.

4:25 p. m.  
Blogger Alabama Worley said...

Si si, ya terminó, pero hay que postearla completita y ponerle nombrecito, así se las puede leer enteritas en vez de estar luchando con las partes, si no se nos va a hacer un caos (dios, acabo de leer este comentario y darme cuenta de que parezco conductora de utilisimaaa, por que tantos diminutiiivosss!!???)

11:31 p. m.  
Blogger Lulet (Julia Mar) said...

Y ahora a quién le toca?

Que siga la historia!!!

Salud!

1:26 p. m.  
Blogger Lulet (Julia Mar) said...

Y ahora a quién le toca?

Que siga la historia!!!

Salud!

1:27 p. m.  
Blogger Lulet (Julia Mar) said...

Perdón. Mr. blogger del orto se tilda.

1:28 p. m.  
Blogger Celeste Sánchez Goldar said...

Wow! me encantó. Se pone complicadita y emocionante la cosa.
Mañana mismo terminamos con la anterior para poder proseguir con esta. Bien ferbr1 por animarte a dar un comienzo!
Saludines.

5:46 p. m.  

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