viernes, octubre 27, 2006

VIII

-Sabés qué?.. -dijo María al tiempo que sus yemas presionaban sus pezones por encima del delantal
- ...cuando me hablas así me calentás! ... lo haces a propósito!
La mirada de él no dejó dudas, los celos hacían que él la sedujera de la forma más cruel, la que a ella le gustaba.
Se miraron en silencio, ella con las manos en sus tetas, él sentado con el mate en la mano la miraba deseoso.

Los segundos pasaron sin mediar palabra, ella pensaba que acababa de hacer el ridículo cuando él hizo refunfuñar el último sorbo de la bombilla.

- Quiero que nos casemos de nuevo – vomitó él con una voz firme y desafiante

- Nosotros nos amamos, los dos lo sabemos, quiero que seas mi esposa otra vez.

Tan mágico momento desbordó las lágrimas de María, que lejos de corresponderle su noble pero mentiroso gesto termina de matar a la bestia..

- Las tetas… las tetas me las tocaba pensando en el Ché! GORDO CABRON!

domingo, octubre 01, 2006

VII

Comieron tres veces -él comió dos, y ella comió una-. Por sobre el ruido de los cubiertos y de las masticaciones, la marea de bocinazos y miles de zumbidos eléctricos y mecánicos que quería entrar por las ventanas cerradas del comedor los asaltaba como si fuera algún tipo de metáfora que se limitaba a la imagen sencilla del auto que se va por la avenida -que puede irse, que se va-, y uno se queda ahí, uno no habla, no mira, pero uno está ahí, el auto se fue. Estuvieron hablando de Carlos como quien no habla de nadie, porque Carlos nunca había sido nada del otro mundo, ya desde pibe, con su mentón tirado para atrás, su andar encorvado, la ropa que nunca estaba del todo limpia, ni siquiera en los actos escolares, ni siquiera si tenía que actuar -bailar chacarera, cantar en un coro, ser San Martin, o French, o Saavedra, o algun cacique o indio de alguna tribu-, pero después, Carlos, acabó siendo un tipo grande y pintón -de él se burlaban las minas cuando aún eran pibas, cuando tenían doce años y eran sus compañeritas de la escuela, aún eran niñas y se burlaban de lo poco hombre que llegaría a ser Carlos, Carlitos. . .-, porque el pelo no se le había caido, la panza tampoco, tampoco la piel de la garganta que vaya uno a saber cómo se llama esa piel si uno no quiere llamarla "papada", y los zapatos los tenía lustrados, siempre, y los ojitos verdes de gato asustado que tenía cuando era un chico ahora eran los ojos de un tipo grande, y seguían siendo verdes, y esas cosas, las otras, como saber comprar las corbatas o las camisas.

-Vos siempre te burlabas de Carlos -ella piensa que él le dijo "qué feos estamos, María"-, pero ahora te burlás también pero ya no sos cruel con Carlos cuando te burlás de él. . .

-¿Qué decís? Es un pelotudo que no aprende más.

-Lo que sea, pero antes te reías de él en su cara, yo me acuerdo, nunca le dabas bola, antes de casarnos. Ninguno de ustedes le daba bola.

-¿Qué querés decir? Carlos siempre vivió en el barrio.

-Yo los veía, ustedes se juntaban en la esquina, después del colegio. A Carlos ustedes nunca le daban mucha bola. No lo jodían, porque no eran pibes crueles, pero nunca le pasaban mucha bola.

-Bueno, che. . .

-Él te miraba como si fueras su héroe. Vos hablabas y él te escuchaba como con hambre. Eso era cuando eran chicos, yo lo veía, me daba lástima

-Te daría risa.

-Risa, también, sí.

-Y, sí. . .

-Pero ahora Carlos cambió mucho, la edad lo mejoró y es un tipo que tiene su pinta. Vos a mí me dijiste que estaba fea -él intenta responderle que no, que él había dicho que los dos estaban feos, y que eso era algo que le dolía como puede doler la traición si el traidor es uno, y uno se avergüenza de esa traición; ella siguió hablando, sin escuchar las poquitas palabras que él había conseguido decir de toda esa idea que ni siquiera él mismo tenía del todo claro, pero que necesitaba decirla como saliera, cuando fuera a pasar-, y no sé, quizás ya no me querés -él intentó, con menos brío y menos palabras, decirle que no, que no era eso, que él sí que la quería aunque su amor fuera amor de cínico, pero sólo respiró para decir esas palabras, y tampoco sabía bien qué era lo que sentía. No dijo nada-, aunque yo también te digo a vos que yo también estoy muy cansada de vos, ¿sabés? Claro que lo sabés, y también te cuento, para que lo sepas, que yo te quise cagar con Carlos, y Carlos no quiso. Me dijo que no podía hacerle eso a un amigo, pero yo sé bien que no me quiso coger porque yo ya no le gusto.

-Carlos se moría por vos -dijo él, y sentía que la sangre le subía a la cabeza para quedarse ahí, cada glóbulo rojo buscando un lugarcito en alguna vena, alguna arteria, dentro de su cabeza, y ahí ponerse a hervir. Esta me quiso meter los cuernos con Carlos justo ahora, sólo para refregarme por la cara que Carlos, Carlitos, la había rechazado aunque ella se hubiera puesto en bandeja, que sólo habría bastado con servirse como si María fuera un canapé, un sanguchito de miga, pero María sabía lo que hacía, justo ahora, mirá, ni siquiera Carlos, Carlitos, se quiso acostar conmigo, ni siquiera él que nunca había sido nadie hasta que llegó a los cuarenta y pico y se convirtió en el tipo cuarentón y pintón que salía con minas de treinta, y vos y yo estamos como estamos, los dos, y tu horrenda venganza de mujer que, sin saberlo ni olerlo, apuntás y le pegás en el blanco y no te enterás ni te das cuenta de nada, hasta que llega el momento indicado y soltás esa joyita de venganza que fue abrirte de piernas para Carlos, para Carlitos, y que Carlitos, nada menos que Carlitos, rechace tu oferta gratuita, tu aberración de ser limosneada. . .