miércoles, agosto 30, 2006

III

Cuando el taxista escuchó a Yasmín decirle –mejor estacioná ahí... lo hagamos mas interesante...- no entendió a que se refería. Pero un hombre como él no se hacía muchas preguntas ante la posibilidad de acostarse con el objeto de la mayoría de sus fantasías onanistas (las noches mas apasionadas con la Chela eran a la vuelta del baile, cuando cantaba Yasmín, potenciadas principalmente por los exuberantes movimientos de esa nena que ahora le ofrecía sus... encantos).
Tampoco le importaba saber que el espíritu rebelde de Yasmín era la única causa de su “fogoso” encuentro aquella noche; que si Yasmín no estuviera enojada con “La Lora” todo habría quedado en un flirteo descarado. Solo le interesaba aprovechar la oportunidad (que como esa no vienen muchas).

Yasmín tenía experiencia. Esa noche, el taxista lo descubrió de la forma más placentera.
-¿Me lo prendés?- le dijo, con una mirada excitante, extendiéndole un cigarrillo- me dejaste agotada- mintió desfachatadamente mientras se acomodaba el escote.
Se había recostado, semidesnuda, en el asiento trasero del taxi; sentía como si éste fuera un diván, ella, una especie de Cleopatra bailantera y el taxista, un esclavo deseoso de complacerla.
Estaba convencida de que su destino era la grandeza y sabía que su mejor arma era aquello que siempre la hizo sentir poderosa: el sexo.


martes, agosto 29, 2006

II

-Escuchame una cosa, pendeja – le dijo al oído, tampoco era cuestión de que se anduviera diciendo por ahí que la trataba tan mal, y el taxista parecía estar atento a todo, sobre todo al escote pronunciado de Yasmín. –Si no querés que te reviente y te tire por ahí me vas a hacer caso, te creés que porque sos bien putita a mí me vas a pasar por encima. Mañana te quiero en el club a las 10 en punto, si necesitás merca, tomás merca, a mí me da igual; te quiero bien despierta y lista para el show.
-Sí, “Lora”-dijo medio a desgano y pronunciando bien las letras, como burlándose, después de todo el negrero éste vivía a costa de ella. –A las 10 en punto y bien despierta.
Seguía pensando en el taxista y lo merecida que tenía una buena recompensa, se acomodó el escote y trató de pensar en cuando vivía en la villa y no tenía preocupaciones: Hermana de catorce varones le era fácil pasar desapercibida, estar al pedo, y mandarse sus buenas cagadas, total, con tantos hermanos siempre había alguno que la defendía. Igual, ella siempre trató de parecer otra cosa, vestirse bien, maquillarse. Hizo un recuento de su vida, hasta ahora no tenía de qué quejarse, la había pasado bien y sabía mucho de la vida. Poca escuela, mucha calle, pérdida de la virginidad a los 12, lo que hizo que empezara a parecer una mujer mucho antes y que cuando llegara Rogelio a su vida ella pudiera abandonar el nido y comenzar una nueva vida haciendo lo que le gustaba.
Un recuerdo amargo apareció de repente, era un golpe... de puño? Recordó cómo sus hermanos le tenían tanto miedo a “La Lora”, antes no era así.
Antes de que pudiera terminar de armar la idea algo la interrumpió.
-Pero la puta que te parió, pelotuda, parece que estuvieras volando- le dijo Rogelio antes de bajarse del taxi y golpear la puerta.
Sabía que le había estado hablando pero no recordaba de qué. Miró para adelante, en el retrovisor vió los ojos del taxista que la acechaban, mudo, como esperando.
-Vamos para mi casa- dijo lascivamente, dale derecho y doblamos en las vías.


domingo, agosto 27, 2006

I

-Subí al taxi nena, los hombres te miran, te quieren tomar – le dijo empujándola hacia adentro del coche de alquiler- Sos una puta, una desvergonzada, con ese pantalón ajustado.
El taxista estaba acostumbrado a escuchar cosas como esas todo el tiempo, -“la gente está cada vez mas loca”- le decía a la Chela cada vez que volvía a la casa y se acurrucaba en la cama contra sus abundantes muslos. Esta vez, reconoció inmediatamente a la señorita que se subió a su taxi, ella era Yasmín, la “candente” estrella cumbiera del momento, y el energúmeno que la insultaba (el nunca la trataría así, no a ese bomboncito, pedazo de hembra...) su agente “La Lora Sanchez”.
- ¿Por qué me tratás así, Rogelio? (ella le decía Rogelio, no le gustaban los apodos del estilo de “La Lora”, le sonaban feo, con poca clase) -¿Que hice? Vos sos el que me dijo que no me podía andar vistiendo como una monja, que tenía de mostrarme para mis fans, que tenía que vender discos, no te entiendo Rogelio, ¿que te pasa?
-¡Vos! ¡Que sos una pendeja boluda!- (“La Lora”, veterano hombre de negocios del ambiente bailantero, sentía que se había ganado su respeto, y, parte de ese respeto consistía en que todo el mundo lo llamara por su “nombre de negocios” y que éste fuera conocido en los círculos de los “peces gordos”, por eso le molestaba hasta cansarlo que esta pendeja se le hiciera la “finoli” y lo rebajara diciéndole “Rogelio”) -¡Callate antes de que te faje!-
- Bueno, bueno “Lora”, no se exalte así, la chica es una nena (¡y que nena!), no sabe nada de la vida- interrumpió el taxista tratando de apaciguar los ánimos.
-Tu trabajo es hacer exactamente lo que yo digo, mudita y sin una queja, pendeja – continuó “La Lora“ haciendo caso omiso de las palabras del taxista – si yo digo que te pongás una bolsa de consorcio y salgás a regalar canarios a la calle lo hacés y no me rompés las pelotas con preguntas, y Rogelio nada, ¿quien sos vos para andar diciendomé Rogelio?, yo te saqué de la calle, te saqué de ese bulín de mierda adonde cantabas, a mí me tratás de usted y me decís “Lora” pendeja, ¡si no te olvidás de todo y te volvés a la choza de donde te saqué!-
Mientras “La lora perorateaba, Yasmín no paraba de coquetear con el taxista a través del espejo retrovisor... y si, era medio facilona, pero no se puede negar que el taxista se portó como un caballero... con algo había que recompensarlo.

Ella nunca se había preocupado demasiado por las apuradas y los gritos de “La Lora”, en realidad, ella nunca se había preocupado mucho por ninguna cosa... quizás fuera por el simple hecho de que nunca tuvo porqué preocuparse, puesto que nunca tuvo nada. Nada más que su atractivo y su voz.

Yasmín tenía una particularidad: vivía en su mundo, y en ese mundo no existía el miedo; y sólo existía un deseo: cantar.