lunes, septiembre 25, 2006

VI

Cuando él amagó levantarse y volvió a echarse en la silla, casi despatarrándose, nuevamente se escuchó el ruido de sus tripas, quejándose.
Ella entró al baño, cuando salió ya no tenía esa gesto amargo en la boca, parecía más tranquila, pero todavía se veía al fondo de sus ojos un rencor terrible, un rencor y un odio que nunca más se irían de ahí.
Agarró lo que venía en el paquete y lo llevó al living, esa cosa espantosa “nunca tuvo buen gusto”. Tropezó con la foto de sus padres en el día de su casamiento. Tan felices se los veía. Sus padres, que estuvieron juntos hasta el final, con su relación perfecta, dieron todo por sus hijos y tuvieron tan buen gusto como para morirse los dos juntos y no andar quedándose uno solo, sufriendo por el otro, en este mundo. Salteó la foto de ella en Pinamar, la que le sacó él haciéndola reír porque estaba enojada a causa del viento. Posó su mirada en otra: mamá embarazada de ella, y papá con esa cara de felicidad mientras tocaba la panza, como le gustaba decir a él: panza hinchada de felicidad, llena de bebé, llena de alegrías. Agarró la foto y mientras la miraba escuchó que él se levantaba, abría la heladera, volvía a cerrarla, abría la alacena, el cajón de los cubiertos que chirriaba, revolvió hasta encontrar un abrelatas, “mirá si lo conozco: atún con mayonesa”, escuchó que prendía el televisor, corría la silla de la cabecera, se sentó.
Dejó la foto y caminó hasta la cocina. Puso agua en la cacerola para cocinar los fideos.

“Lo odio tanto tanto...” pensó mientras se daba vuelta para decirle que no se llenara con eso, que en un rato estaba la comida. Lo vio tan patético, con esa cara de duelo, mientras le caían las migas sobre la panza manchándole más la camisa. Se empezó a reír a carcajadas, con histeria, desaforadamente.

-¿Qué?- preguntó él. Y se quedó mirándola. Cuando se le pasó el ataque de risa sintió muchas ganas de llorar.

“No voy a ceder, esta vez no, no quiero consuelos de ningún tipo. Ya está todo dicho, sabemos que nos odiamos, ya no se puede fingir más” –Nada. ¿Los querés con salsa o con crema?

-Con crema. ¿Viste que Carlos se esta divorciando de nuevo? Tres veces van ya.

-Si es un boludo, siempre te lo dije, ese no va a aprender nunca.

V

-El último estertor de María, vomitando en el baño, sonó como un pedo debajo del agua... -recitó, engolando la voz mientras hacía un esfuerzo inútil por decir esas cosas con acento español, como si fuera José Sacristán actuando en una película de Almodovar. Aún sonreía cuando María salió del baño hecha pura sombra y despeinadísima contra la luz del botiquín.

-¿Qué decís, vos? -le preguntó María, que no había entendido lo que él había dicho.

-Nada -dijo él, y se quedó callado, disfrutando del leve vértigo de no saber, realmente, si María había entendido su bromita cruel. La única forma que tenía de sobrellevar la vergüenza era mediante la humillación -una forma de humillarse tranquila, apesadumbrada, sentado en una silla, rascándose la calva mirando televisión, nada muy complicado ni escandaloso, sólo pequeñas cosas, cosas fáciles, como mirarle las várices a María hasta que María se daba cuenta de que él le veía las várices, y después no decir nada, mirar para otro lado, pasarse los dedos por la calva como patinando, esas cosas sencillas, que emporcaban todo y generaban que nada tuviera sentido, ni fuera necesario, ni hubiera nada de que avergonzarse. Peor era abrir un album de fotos y verse a los dos, maravillosos, para comersérselos, con la sola distancia de algunas décadas en el medio, o visitar a los amigos y que la fealdad de los amigos sea la parábola del afearse propio-. Te había preguntado si estabas bien.

-No estoy bien -ella no conseguía mirarlo con ese desdén autocomplaciente con el que él la miraba a ella-. ¿Y qué querés que hagamos con eso, lo ponemos en el mueble de la sala, junto a los adornos?

-Qué decís. . .

"¿Justo ahora que qué?" se preguntó. Podía ser justo ahora que estamos viejos, o que ya no nos queremos, o que vivimos de mi "retiro anticipado" y de que vos limpiás mugre ajena, o justo ahora que se murió el canario, o que estoy con una tristeza en el alma que siento que me va a reventar la cabeza cualquier día, o justo ahora que ya no se me para, hija de puta, y menos con vos, o justo ahora que no tenemos nada para dar a nadie, o. . . . . .o justo ahora que me dí cuenta de que te burlás de mí, igual que antes, que también te burlabas de mí, pero que yo sabía que te burlabas para que yo pusiera cara de enojada, pecosa, linda, pelirroja, bombón, qué linda que te ponés cuando te enojás, ¿sí? ¿cómo me pongo? ¿así? ahora no me enojo más, te jodés, ahora ya no estoy enojada y no estoy linda, pero qué decís, si estás linda, siempre estas preciosa, pero ya no estoy enojada, bueno, enojate un rato más, enojate un rato para mí, o justo ahora que, que, justo ahora. . . justo ahora que te burlás de mí porque no me aguantás cerca, que no podés aguantarme cerca sin ponerte a hacer suspiros y miraditas, justo ahora que. . .

martes, septiembre 19, 2006

III

-¿Qué?- dijo confundido, lo había dejado desarmado y sin las barreras del rencor alimentado del hastío y las imposibilidades. Lo había sorprendido.
- Lo que escuchaste- No sé si estoy embarazada. Hace un mes que no me viene, y es eso, o estoy menopausica.
Rogaba que se quedara callado – que no se le ocurra echarme la culpa de esto a mí -, ya no resistía mas, hacía dos semanas que esto le venía acuchillando el alma. Estaba vieja, o tenía algo adentro, una cosa, producto de sexo desganado y patético, rutina nefasta de un matrimonio que hacía tiempo que existía sólo en papel.
Lo odiaba y se odiaba a sí misma. -Es un cobarde, ni siquiera tuvo los huevos de serme infiel- se babosea por cuanta ligera se le cruzaba en frente, y ni aún eso es incentivo para que le pida hacer el amor. Ella ya no era hermosa, y había perdido todo; todo por él, un pedazo de nada; sus ojos habían dejado de brillar hace tiempo. Estaba muerto, y ella también.
Sacudido y desconcertado, no sabía que decirle, balbuceó algunos cómos y cuándos y volvió a quedarse callado
Hacía tanto que no se tocaban.... Entre su piel y la de ella había una distancia increíble. Recordó el tiempo en el que aún se amaban, y se dio cuenta de que el amor se había disipado junto con ellos mismos. No dejaron de amarse, sólo... dejaron de ser.
- ¿Que vamos a hacer, María? ¿Justo aho...- y se fue callando... se dio cuenta de que no valía la pena acusarse... si de todos modos nada era seguro todavía.
-Me voy a acostar- dijo ella- estoy cansada, despertame en una hora.
No le contestó, se quedó pensando... en autitos y en pelotas de fútbol... y en por que fue tan pelotudo de dejarla ir...

jueves, septiembre 14, 2006

II

Ella siguió mirando por la ventana mientras prendía un cigarrillo. Ese cigarrillo tantas veces criticado, con ese ademán tan suyo y que él había aprendido a odiar en todos esos años.
-No fumés, sabés que te queda feo, además se llena de olor toda la casa.
-Da igual no? Al fin y al cabo ya no te gusto, con o sin olor a cigarrillo. Hace tiempo que me doy cuenta de esto, hace tiempo que...
No quiso terminar porque tendría que aceptar que últimamente lo hacía a propósito, buscaba molestarlo con esas pequeñas cosas.
-María, parece que lo hacés a propósito -dijo él como adivinando- y después de todo, yo tampoco te gusto. Eso es porque estamos feos. Eso es porque vos fumás y porque a mi cada vez me importa menos- dijo él sin darse cuenta que lo que estaba diciendo no tenía sentido. Pero en el fondo lo tenía. Acaso él no hacía lo mismo? Ponerse esa camisa roñosa que ella tanto odiaba, con manchas de sudor debajo de las axilas y dejando ver en su totalidad su vientre abultado, cada vez más abultado.

Claro que estaba más vieja, más arrugada; últimamente había notado que las carnes se le empezaban a caer y no le había importado. Ya no compraba ropa ni maquillajes. ¿Desde cuándo? La sobresaltó el golpe que dio el álbum contra la mesa. Ya no quiso darse vuelta a mirarlo, ya no más, no después de haberse dicho las cosas que se dijeron.

Finalmente dijo con cierta amargura:
-Quizás estoy embarazada.

sábado, septiembre 09, 2006

I

-Qué feos estamos, María. . .

Yo sé bien que si abro el album de fotos, el más viejo y más lindo que tenemos, esos que se podía comprar sin sentir que se tiraba el dinero, antes de que aparecieran los todo por dos pesos y vendieran albumes baratísimos y horribles, yo sé que si me pongo a hojear ese album de tapas de cuero teñido de azul oscuro, me voy a encontrar con esas fotos que te sacaste con el fotógrafo, antes de casarnos, la última vez que te probaste el vestido de novia. Yo sé lo que habrá sentido ese tipo cuando te sacaba esas fotos, porque es lo mismo que siento ahora cuando te veo con esa belleza pelirroja de veinticinco años que tenías; acaricio con el pulgar la foto en la que cada peca de tu cara tiene la nitidez que sólo un fotógrafo podía captar, me quedo mirándote las pestañas que eran como golosinas puestas en tus ojos, y siento eso mismo, ese cosquilleo debajo de mi estómago que ahora está blanco, gordo, que tiene pelos que sobresaltan como si fueran un insulto en un concierto, y siento, además, ese otro cosquilleo más íntimo, si se quiere, que me embriagaban la garganta y el pecho, cuando te veía, y que ahora también se me enrosca debajo de la lengua, me acaricia el cuello y hace que sienta como un oleaje de pudor, de grasa y de movimiento, de papada infame, y que me obliga a cerrar el album y no animarme, siquiera, a doblar unas páginas más y toparme con el cachetazo de ver las fotos que ese fotógrafo -o fue otro, lo mismo da-, nos sacó el día de la boda cuando estábamos a punto de cortar la torta, y se nos notaba en la cara la enorme alegría de sabernos la pareja perfecta que haría odiarnos y envidiarnos en los años posteriores, hasta que tanto vos como yo nos rendimos, y nos pusimos tan feos como estamos ahora, y dejaron de envidiarnos, olvidándose de nosotros.

Ella mira a través de las ventanas, y gracias a la oscuridad de la cortina puede usar los anteojos como si fueran un espejo; a varios metros de ella está su marido, mirándola, y descubre en su cara la misma expresión de sosegado asco que ella descubre en la propia, al comprobar que la arruga que baja de su nariz hacia una comisura de sus labios es una sola, como de quien frunce la cara y no le gustaría que nadie se diera cuenta.

-¿Por qué me décís eso? -le pregunta, arrepintiéndose de no haber preguntado primero el cómo, en vez del por qué-. ¿Cómo me decís eso?

-No tiene vuelta atrás, María -Le dice, apoyando aún más pesadamente la cabeza en una mano, las piernas abiertas, la camisa abierta. Ella no se da vuelta, lo sigue mirando como si fuera un fantasma, desdibujado entre los dibujos de la cortina, al fondo de sus anteojos-. Es como si. . .

-¿Ya no me querés?

-Sí que te quiero, pero quiero más a lo que éramos antes de. . .

Hace ya mucho tiempo que él descubrió que cuando dejaba una frase suspendida, como si no supiera continuarla, o hubiera cambiado de opinión, o tan sólo no encontrara la palabra o, lo que era aún más cierto, había comenzado a hablar sin saber qué iba a decir realmente, esa pausa que él hacía para buscar eso que debía estar en la punta de la lengua, y que lo hacía pararse más derecho y acercar el mentón al cuello, y lo hacía levantar la vista abriendo bastante los ojos, todo eso, ya no servía para que la mina que tuviera al lado aprovechara para mirarlo bien a la cara con la excusa de quien quiere comprender algo que aún no fue desvelado, y por eso mira toda la cara desde los ojos a los labios, y aprovecha esa excusa para mirar con descaro poco desenmascarable, que no baja la guardia. María aprovecha la pausa de su marido para volver la vista a lo que pasa del otro lado de la ventana, como si fuera cualquier mujer que tuvo que hablar con él y cualquier pausa es sólo eso, posar la mirada en lo primero que se cruza.

-Vos creés que no me daba cuenta -le dice; él la mira, aún con el mentón pegado al cuello-. Cuando vos ponías esa cara mis amigas se te quedaban mirando echas unas boludas. Te miraban como si quisieran comerte. Te quedabas callado así como ahora, y se morían por vos, y vos pensabas que yo no me daba cuenta de que lo hacías a propósito.

-Yo nunca te fui infiel.

-Vos también estás muy feo -le dice, porque sabe que ella no podría decirlo así, sin irse después de la casa y no volver a verlo más, por sincero y por cerdo, por no mentirle y por obligarla a ella a ser tan sincera y tan desapasionadamente cerda como él.

-Yo sé que estoy muy feo. Los dos estamos feos, María. No aguanto más. . .

viernes, septiembre 08, 2006

"Yasmín"

Subí al taxi nena, los hombres te miran, te quieren tomar – le dijo empujándola hacia adentro del coche de alquiler- Sos una puta, una desvergonzada, con ese pantalón ajustado.
El taxista estaba acostumbrado a escuchar cosas como esas todo el tiempo, -“la gente está cada vez mas loca”- le decía a la Chela cada vez que volvía a la casa y se acurrucaba en la cama contra sus abundantes muslos. Esta vez, reconoció inmediatamente a la señorita que se subió a su taxi, ella era Yasmín, la “candente” estrella cumbiera del momento, y el energúmeno que la insultaba (el nunca la trataría así, no a ese bomboncito, pedazo de hembra...) su agente “La Lora Sanchez”.
- ¿Por qué me tratás así, Rogelio? (ella le decía Rogelio, no le gustaban los apodos del estilo de “La Lora”, le sonaban feo, con poca clase) -¿Que hice? Vos sos el que me dijo que no me podía andar vistiendo como una monja, que tenía de mostrarme para mis fans, que tenía que vender discos, no te entiendo Rogelio, ¿que te pasa?
¡Vos! ¡Que sos una pendeja boluda! (“La Lora”, veterano hombre de negocios del ambiente bailantero, sentía que se había ganado su respeto, y, parte de ese respeto consistía en que todo el mundo lo llamara por su “nombre de negocios” y que éste fuera conocido en los círculos de los “peces gordos”, por eso le molestaba hasta cansarlo que esta pendeja se le hiciera la “finoli” y lo rebajara diciéndole “Rogelio”) ¡Callate antes de que te faje!

- Bueno, bueno “Lora”, no se exalte así, la chica es una nena (¡y que nena!), no sabe nada de la vida- interrumpió el taxista tratando de apaciguar los ánimos.

-Tu trabajo es hacer exactamente lo que yo digo, mudita y sin una queja, pendeja – continuó “La Lora“ haciendo caso omiso de las palabras del taxista – si yo digo que te pongás una bolsa de consorcio y salgás a regalar canarios a la calle lo hacés y no me rompés las pelotas con preguntas, y Rogelio nada, ¿¡quien sos vos para andar diciendome Rogelio!?, yo te saqué de la calle, te saqué de ese bulín de mierda adonde cantabas, a mí me tratás de usted y me decís “Lora” pendeja, si no te olvidás de todo y te volvés a la choza de donde te saqué!-

Mientras “La lora” perorateaba, Yasmín no paraba de coquetear con el taxista a través del espejo retrovisor... y si, era medio facilona, pero no se puede negar que el taxista se portó como un caballero... con algo había que recompensarlo.

Ella nunca se había preocupado demasiado por las apuradas y los gritos de “La Lora”, en realidad, ella nunca se había preocupado mucho por nada... quizás fuera por el simple hecho de que nunca tuvo nada porque preocuparse, puesto que nunca tuvo nada. Nada más que su atractivo y su voz.
Yasmín tenía una particularidad: vivía en su mundo, y en ese mundo no existía el miedo; y sólo existía un deseo: cantar.

-Escuchame una cosa, pendeja – le dijo al oído, tampoco era cuestión de que se anduviera diciendo por ahí que la trataba tan mal, y el taxista parecía estar atento a todo, sobre todo al escote pronunciado de Yasmín. –Si no querés que te reviente y te tire por ahí me vas a hacer caso, te creés que porque sos bien putita a mí me vas a pasar por encima. Mañana te quiero en el club a las 10 en punto, si necesitás merca, tomás merca, a mí me da igual; te quiero bien despierta y lista para el show.
-Sí, “Lora”-dijo medio a desgano y pronunciando bien las letras, como burlándose, después de todo el negrero éste vivía a costa de ella. –A las 10 en punto y bien despierta.

Seguía pensando en el taxista y lo merecida que tenía una buena recompensa.

Se acomodó el escote y trató de pensar en cuando vivía en la villa y no tenía preocupaciones: Siendo hermana de catorce varones le era fácil pasar desapercibida, estar al pedo, y mandarse sus buenas cagadas, total, con tantos hermanos siempre había alguno que la defendía. Igual, ella siempre trató de parecer otra cosa, vestirse bien, maquillarse. Hizo un recuento de su vida, hasta ahora no tenía de qué quejarse, la había pasado bien y sabía mucho de la vida. Poca escuela, mucha calle, pérdida de la virginidad a los 12, lo que hizo que empezara a parecer una mujer mucho antes y que cuando llegara Rogelio a su vida ella pudiera abandonar el nido y comenzar una nueva vida haciendo lo que le gustaba.
Un recuerdo amargo apareció de repente, era un golpe... de puño? Recordó cómo sus hermanos le tenían tanto miedo a “La Lora”, antes no era así.
Antes de que pudiera terminar de armar la idea algo la interrumpió.

-Pero la puta que te parió, pelotuda, parece que estuvieras volando- le dijo Rogelio antes de bajarse del taxi y golpear la puerta.
Sabía que le había estado hablando pero no recordaba de qué. Miró para adelante, en el retrovisor vió los ojos del taxista que la acechaban, mudo, como esperando.

-Vamos para mi casa- dijo lascivamente, dale derecho y doblamos en las vías.

Cuando el taxista escuchó a Yasmín decirle –mejor estacioná ahí... lo hagamos mas interesante...- no entendió a que se refería. Pero un hombre como él no se hacía muchas preguntas ante la posibilidad de acostarse con el objeto de la mayoría de sus fantasías onanistas (las noches mas apasionadas con la Chela eran a la vuelta del baile, cuando cantaba Yasmín, potenciadas principalmente por los exuberantes movimientos de esa nena que ahora le ofrecía sus... encantos).
Tampoco le importaba saber que el espíritu rebelde de Yasmín era la única causa de su “fogoso” encuentro aquella noche; que si Yasmín no estuviera enojada con “La Lora” todo habría quedado en un flirteo descarado. Solo le interesaba aprovechar la oportunidad (que como esa no vienen muchas).

Yasmín tenía experiencia. Esa noche, el taxista lo descubrió de la forma más placentera.

-¿Me lo prendés?- le dijo, con una mirada excitante, extendiéndole un cigarrillo- me dejaste agotada- mintió desfachatadamente mientras se acomodaba el escote.
Se había recostado, semidesnuda, en el asiento trasero del taxi; sentía como si éste fuera un diván, ella, una especie de Cleopatra bailantera y el taxista, un esclavo deseoso de complacerla.
Estaba convencida de que su destino era la grandeza y sabía que su mejor arma era aquello que siempre la hizo sentir poderosa: el sexo

Justo cuando el taxista se estaba relajando ella le dijo: ¿El viaje no me lo cobrás, no?
Con las vueltas que dieron para llegar a la casa, había pensado ya en la plata que iban a pagarle, no siempre se dan viajes tan largos. Maldijo el momento en que no le cobró a La Lora por lo menos su parte...
-No, piba, dejá, a vos no te cobro nada.

-Bueno, mejor- dijo ella bostezando sin disimulo.- Nos vemos por ahí, vos ya sabés donde encontrarme...

Cerró la puerta despacio, quedó mal cerrada, caminó lentamente hasta su casa, moviendo las caderas de un lado al otro. Cuando desapareció de su vista, el taxista volvió a cerrar la puerta de un golpazo, puteando... Como por primera vez miró en donde estaba y decidió salir de ahí inmediatamente, un barrio de cuidado, sí, sabía dónde encontrarla, pero no se aventuraba solo por ahí nunca más, un peligro, ¿en que estaba pensando?

Yasmín cerró las cortinas, se estaba haciendo de día, odiaba la luz de la mañana. Se sacó la ropa, se acostó boca arriba y así quedó un rato, pensando, finalmente se durmió.
Olvidó poner el despertador.

La Lora se acomodó la corbata, resoplando. La última vez que había usado una fue cuando tomó la primera comunión. Cómo aprieta esta mierda, pensó, mientras separaba con un dedo la camisa y el cuello y dejaba así que corriera el sudor. Pendeja pelotuda…
Después de chusmear el cajón –Pobrecita, parece dormida parece- la gente se le acercaba a darle el pésame. Alguno que otro también iba donde estaban los hermanos de la finada, que no hacían más que relojearlo, nerviosos. Como si le pidieran permiso para respirar.

-Menos mal que lo agarraron al hijo de puta ese.
-Y sí, el tipo fue el último que la vio viva, y después le hicieron el ADN a las manchas de la bombacha y era de él.
-Yo lo conozco, es el marido de la Chela, la hija del viejo Medina.
-Ojalá le den perpetua.
-Claro, que se la viole es una cosa, pero que encima la mate… pobrecita.

¿Será como el Rodrigo o la Gilda?, se preguntaba la Lora. Ojalá… la voy a levantar con pala. Pero seguía haciendo correr el dedo por el cuello. Qué pendeja boluda… le dije que estuviera a las 10, le dije… Los hermanos lo seguían mirando. No, estos nabos no van a abrir el orto.

-El tipo dice que se la cogió pero que después la dejó en la casa.
-Pero si es un pobre infeliz, ¿vos vistes lo que es la Chela?
-Un poco trola era…
-Callate, animal, ¿no tenés respeto ni por los muertos?

Los hermanos de Yasmín sólo abrían la boca para decir gracias. Y cada vez que lo hacían miraban para donde estaba la Lora. Era como un padre para ella. Y seguro que también para estos chicos, pobrecitos. Más tarde, después de que se llevaron el cajón, le dijeron a la Lora que los pibes empezaron a hacerle un altar en el barrio, el altar de la Yasmín.

Sólo 12 horas habían pasado desde que los fieles dejaran la sala velatoria y ya se vendían en el altar improvisado los llaveros y banderines con la foto de Yasmín.

-¡¡¡3 peso lo iaverooo!!!

Increíblemente los discos de Yasmín se vendían al mismo ritmo que los chori y el vino en caja, era todo un furor, la Lora tenía razón…

-La juntamo en pala, la juntamo! … exclamaba por el celular a su proveedor de remeras.

El dinero cegaba a La Lora desde siempre, y mas cuando lo sabía producto de su brillantez

-Esta pendeja de mierda, se viene a morir cuando justo ahora la puta que la parió...

Incesantemente llegaban las procesiones de todas las villas adyacentes e incluso ya se pagaban transportes comunitarios para traer a los fieles de otras provincias, los medios hablaban del fenómeno y actualizaban la información minuto a minuto.
Crónica titulaba “CANTANTE BAILANTERA MUERE ASESINADA, SE RIFAN SUS MEDIAS EN VILLA CIUDAD DEL NYLON”

Ya anocheciendo, más de 40 mil bailanteros dejaban ofrendas sobre el altar mientras el taxista en su celda se maldecía a más no poder.

- El garrón que me tengo que comer por un par de nalgasesa hija de puta me va a hacer meter en cana de por vida.
Sus temores no eran infundados, todo apuntaba a él, para colmo en la cárcel lo estaban esperando los que se hacían llamar “Los enjaulados de Yasmín” los presidiarios seguidores de la diva desaparecida.

-¡¡¡5 peso la remeraaa!!!... La despedida de Yasmín era ya una fiesta multitudinaria, la guardia de infantería tomaba cubana con fanta a la par de los fieles...

Hasta que algo llamó la atención de los presentes. Era la Chela, envuelta en una sábana blanca, un cigarrillo en la boca y sosteniendo 2 bidones de nafta super.

-¡¡¡Déjenlo libre o me prendo fuego!!!- Sollozaba nerviosamente mientras la gente a su alrededor corría desaforada.
-¡él no ha echo nada, déjenlo libre o me prendo fuego!-

El clima era insuperablemente tenso; mientras las cámaras de televisión transmitían en directo La Lora se escurría entre la gente para abandonar el lugar antes de que las cosas se pusieran peores.

-¡Esta yegua se va a prender fuego en serio! La puta que la parió!

Mientras la policía trataba de acercarse a La Chela para tranquilizarla, los fieles gritaban desaforados incitándola a que se prendiera fuego, que no sea cagona. Boquiabierto, todo el mundo ve a La Chela caer sobre el altar envuelta en llamas mientras grita –¡¡¡Tomá, hija de putaaaaaaaaaa!!!

La Lora sube raudamente a un auto que lo esperaba y con una sonrisa desdibujada pide a su chofer que arranque, nadie vio a la dama al volante, pero era ella, la puta Yasmín.

VI

Sólo 12 horas habían pasado desde que los fieles dejaran la sala velatoria y ya se vendían en el altar improvisado los llaveros y banderines con la foto de Yasmín..

- 3 peso lo iaverooo!!

Increíblemente los discos de Yasmín se vendían al mismo ritmo que los chori y el vino en caja, era todo un furor, la Lora tenía razón…

-La juntamo en pala, la juntamo! … exclamaba por el celular a su proveedor de remeras.

El dinero cegaba a La Lora desde siempre, pero algo dentro de su corazón lo devolvía a esa amargura por no tenerla con él.

-Esta pendeja de mierda, se viene a morir cuando justo ahora la puta que la parió...

Incesantemente llegaban las procesiones de todas las villas adyacentes e incluso ya se pagaban transportes comunitarios para traer a los fieles de otras provincias, los medios hablaban del fenómeno y actualizaban la información minuto a minuto.

Crónica titulaba “CANTANTE BAILANTERA MUERE ASESINADA, SE RIFAN SUS MEDIAS EN VILLA CIUDAD DEL NYLON”

Ya anocheciendo mas de 40 mil bailanteros dejaban ofrendas sobre el altar mientras el taxista en su celda se maldecía a sí mismo a más no poder.

- El garrón que me tengo que comer por un par de nalgasesa hija de puta me va a hacer meter en cana de por vida.

Sus temores no eran infundados, todo apuntaba a él, para colmo en la cárcel lo estaban esperando los que se hacían llamar “Los enjaulados de Yasmín” los presidiarios seguidores de la diva desaparecida.

- ¡¡¡5 peso la remeraaa!!!... La despedida de Yasmín era ya una fiesta multitudinaria, la guardia de infantería tomaba cubana con fanta a la par de los fieles hasta que algo llamó la atención de los presentes. Era la Chela, envuelta en una sábana blanca, un cigarrillo en la boca y sosteniendo 2 bidones de nafta super.

- Déjenlo libre o me prendo fuego!!- Sollozaba nerviosamente mientras la gente a su alrededor corría desaforada.

- él no ha echo nada, déjenlo libre o me prendo fuego!-

El clima era insuperablemente tenso; mientras las cámaras de televisión transmitían en directo La Lora se escurría entre la gente para abandonar el lugar antes de que las cosas se pusieran peores.

-¡Esta yegua se va a prender fuego en serio! La puta que la parió!

Mientras la policía trataba de acercarse a La Chela para tranquilizarla los fieles gritaban desaforados incitándola a que se prendiera fuego, que no sea cagona. Boquiabiertos, todo el mundo ve a La Chela caer sobre el altar envuelta en llamas mientras gritaba – ¡¡¡Tomá hija de putaaaaaaaaaa!!!

La Lora sube raudamente a un auto que lo esperaba y con una sonrisa desdibujada pide a su chofer que arranque, nadie vió a la dama al volante, pero era ella, la puta Yasmín.

jueves, septiembre 07, 2006

V

La Lora se acomodó la corbata, resoplando. La última vez que había usado una fue cuando tomó la primera comunión. Cómo aprieta esta mierda, pensó, mientras separaba con un dedo la camisa y el cuello y dejaba así que corriera el sudor. Pendeja pelotuda…

Después de chusmear el cajón –Pobrecita, parece dormida parece- la gente se le acercaba a darle el pésame. Alguno que otro también iba donde estaban los hermanos de la finada, que no hacían más que relojearlo, nerviosos. Como si le pidieran permiso para respirar.

-Menos mal que lo agarraron al hijo de puta ese.
-Y sí, el tipo fue el último que la vio viva, y después le hicieron el ADN a las manchas de la bombacha y era de él.
-Yo lo conozco, es el marido de la Chela, la hija del viejo Medina.
-Ojalá le den perpetua.
-Claro, que se la viole es una cosa, pero que encima la mate… pobrecita.

¿Será como el Rodrigo o la Gilda?, se preguntaba la Lora. Ojalá… la voy a levantar con pala. Pero seguía haciendo correr el dedo por el cuello. Qué pendeja boluda… le dije que estuviera a las 10, le dije… Los hermanos lo seguían mirando. No, estos nabos no van a abrir el orto.

-El tipo dice que se la cogió pero que después la dejó en la casa.
-Pero si es un pobre infeliz, ¿vos vistes lo que es la Chela?
-Un poco trola era…
-Callate animal, ¿no tenés respeto ni por los muertos?

Los hermanos de Yasmín sólo abrían la boca para decir gracias. Y cada vez que lo hacían miraban para donde estaba la Lora. Era como un padre para ella. Y seguro que también para estos chicos, pobrecitos.

Más tarde, después de que se llevaron el cajón, le dijeron a la Lora que los pibes empezaron a hacerle un altar en el barrio, el altar de la Yasmín.

domingo, septiembre 03, 2006

IV

Justo cuando el taxista se estaba relajando ella le dijo: ¿El viaje no me lo cobrás no?
Con las vueltas que dieron para llegar a la casa, había pensado ya en la plata que iban a pagarle, no siempre se dan viajes tan largos. Maldijo el momento en que no le cobró a La Lora por lo menos su parte...
-No, piba, dejá, a vos no te cobro nada.
-Bueno, mejor- dijo ella bostezando sin disimulo.- Nos vemos por ahí, vos ya sabés donde encontrarme...
Cerró la puerta despacio, quedó mal cerrada, caminó lentamente hasta su casa, moviendo las caderas de un lado al otro. Cuando desapareció de su vista, el taxista volvió a cerrar la puerta de un golpazo, puteando... Como por primera vez miró en donde estaba y decidió salir de ahí inmediatamente, un barrio de cuidado, sí, sabía dónde encontrarla, pero no se aventuraba solo por ahí nunca más, un peligro, en que estaba pensando?

Yasmín cerró las cortinas, se estaba haciendo de día, odiaba la luz de la mañana. Se sacó la ropa, se acostó boca arriba y así quedó un rato, pensando, finalmente se durmió.

Olvidó poner el despertador.